Amontillado Callejuela
A un vino le pido que me guste. Ante todo eso. Después que suceda o aporte algo. Un momento entre amigos, un día de “costellada”, cenas, aperitivos y un largo etcétera. Pero existe otro tipo de vinos -un nutrido surtido guardado en mi ser-, que me enamoran. De entre ellos están los amontillados, de los que raramente no tengo un par de botellas en casa. Y es que es un idilio inevitable. Llámenme romántico, friki como dicen ahora o loco. Reconozco que raya casi lo enfermizo. Pero, ¿ha visto usted alguna vez un cuerdo feliz?
Eso me hacen sentir algunos vinos, feliz. La excepción no iba ser el amontillado de Callejuela. No. Es otro tipo de excepción. Es en este caso, un amontillado excepcional. Atrapa, seduce y se muestra como es, un vinazo. Sin tapujos. Esta excepcionalidad fue certificada en la cata de vinos de Jerez y quesos, organizada hace poco por don Kike Ojanguren y el aquí escribiente. Como disfrutaron los jodíos y nosotros de su compañía. Pero al llegar a este vino, se hizo el silencio. Cuando esto sucede parece magia, silencio, silencio por culpa del placer. No saben lo mucho que me gusta sentir y compartir ese momento. Por eso estos vinos son enormes, por la singular forma de crear por si solos ese momento descrito en una palabra. Placer.
Vino cobrizo de tonos naranjas, muy limpio y brillante. Madera recién barnizada, las salinas tunecinas, café acompañado de un caramelo de toffe, almendras tostadas… Paso por boca ancho, cortante, largo, genial. Castaña asada, almendras y avellanas, fritas, saladas. Altramuces. Acidez milimetrada. Higos secos y orejones discretos, contenidos, mueren en regaliz negra que recuerda a la Zara. Vino increíble. Trago perdurable, tanto en boca como en mente. Pero hasta acabar la botella no quiero recuerdos, solo quiero beberlo.