Cuenca es tierra de girasoles. Al menos así la recuerdo yo de mis vacaciones púberes. Cuenca es tierra de gente amable. De recuerdos gastronómicos muy unidos al pueblo, como los zarajos o las panaderías con infinidad de panes y ese olor a madalenas. De hectáreas llenas de girasoles, trigo, melones o sandías, acariciadas en verano por los Alisios. Esas corrientes de aire cálidas, llegadas desde los trópicos al centro peninsular. Esa agradable brisa que se cuela entre sus eras, campos, riachuelos y que hacen cantar por las noches a ranas y grillos.
Ese viento cobra nombre en este vino sorprendente. Principalmente por el varietal, la foránea viognier. Después por su bodega, Dominio de Punctum. Una bodega que aboga por la biodinámica y lo natural. En el centro rural de Cuenca, se vuelve a la tradición. A escuchar la tierra y a entender el tiempo. La única pega son los varietales que usan, más foráneos que peninsulares. Pero oigan, este vino está de vicio y es el culpable de estar aquí. Así que desconozco si Cuenca es tierra de garnachas, veo que si es tierra de vid. Celebro la iniciativa de esta bodega y brindo con este Viento Aliseo en boca. De color trigo como los campos que lo rodean, se tiñe un poco de naranja con el despunte del alba y nos despista con los ojos ensoñados y la turbiedad propia del sol al levantar la bruma matutina. Campos de flores, tierra de quesos, mesas de frutas maduras, melones, albaricoques y algún citizen que trae papayas. De puertas y ventanas barnizadas. Nísperos, albaricoques, chirimoyas, cerezas y almendras entrando a bocado limpio. La abuela prepara comida, especiando el estofado. Bocado sedoso, amplio y goloso. Tiene ese recuerdo de alcachofas en conserva, de hinojos tocados al correr y de la hierba creciendo fértil. Dicotomía de sabores, de recuerdos que se alargan y persiste en tu mente, en tu boca.